MESSI LA ESTRELLA DEL MILENIO.
Queridos lectores, ante todo les deseo un felicísimo Fin de Año, en familia y en paz, que todos los sueños con mucho trabajo puedan cumplirse. Desde mi lugar de cronista les agradezco el aguante que me hacen siempre, más allá de tener una posición contraria respecto de lo que escribo. ¡Gracias a todos!
Dicho esto, el año se termina y no quiero dejar pasar una pequeña reflexión acerca del equipo más poderoso del mundo y su máxima estrella, Lionel Messi.
El Barsa, como todos sabemos, le ganó con mucha suerte, con un gol en el alargue de Lionel Messi, a mi querido Estudiantes de La Plata que dejó bien en claro por qué fue campeón de la Copa Libertadores: puede jugarle al más grande del mundo de igual a igual.
Y si bien es cierto que la suerte es un factor fundamental para todo campeón, no puedo dejar de aclarar de que el Barsa es un equipo sensacional. El mejor del mundo y punto. Ganó todo y Messi se consagró como uno de los mejores jugadores del mundo (si no es el mejor de todos).
Pero más allá del alto rendimiento, de los triunfos deportivos y de los millones de dólares que rondan alrededor de este equipo estelar, mi pregunta es la siguiente: ¿la vida es así? Es decir, ¿el Barsa, tiene algo que ver con la vida que vivimos todos? ¿No son demasiados robot estos jugadores?
Más allá de su impecable efectividad. ¿El Barsa, es un equipo que juega bien al fútbol? Por ejemplo, ¿es ofensivo?
Hago todas estas preguntas, queridos lectores, porque cada vez que veo jugar al Barsa, tengo la misma sensación. ¡La vida no es así! No se puede ganar todo sin que nada pase, sin dramatismo, ni emoción. Ganar todo del mismo modo que si no se ganara nada.
A veces pienso que este equipo juega a otra cosa, pero no al fútbol, que juegan un extraño deporte del futuro, o de un mundo lejano en el cual todo es bello, perfecto y saludable.
La primera contradicción de este comentario: tampoco veo un jugador que me emocione, que resalte cierta habilidad de la habitual de correr y correr. Incluso Messi no tiene individualidad, la perdió en el equipo: es una pieza más de esta máquina imparable que es el Barcelona, de España, valga la aclaración.
Acaso, el poderoso equipo catalán, ¿no habrá llegado al colmo de la perfección mediática y superprofesional?
Para este fin de año, deseo que nunca seamos tan perfecto, que jamás tengamos ansias de tanta riqueza económica, ni aspiremos a ganarlo todo porque sí, sin sacrificio y sin acción. Y sobre todo: ojalá nunca seamos tan jóvenes y hermosos. La juventud y la belleza no son un valor en sí mismas.
Por suerte, tenemos en el núcleo de nuestra idiosincrasia nacional a tipos como Bilardo y Maradona que luchan insistentemente a favor del horror, de la patada voladora, de la fealdad; pero son pasionales hasta la médula, son capaces de tirar todo al carajo si el árbitro no cobra bien un lateral.
Y aunque nuestros queridos representantes son impresentables, los quiero a ellos, los prefiero por encima de cualquier juego concheto barcelonés. Somos nosotros o ellos, los que tenemos el espíritu verdadero del fútbol, mas allá de todos los errores y los conventilleríos; somos nosotros a pesar de nuestro egoísmo los que salvaremos al mundo de una catástrofe mundial. Es el imperfecto e incongruente fútbol sudaca el que salvará al mundo de su destrucción.
Ya ven, el fútbol europeo apunta a ser insípido, perfecto y sin color como el Barcelona; viran para el lado de la perfección, ese es su horizonte. En cambio, nosotros no somos así, ¡la vida no es así!; el fútbol es parte de nuestra vida y nuestro único horizonte es el barro del potrero.
Ya ven, queridos lectores, creo que esto es para festejar este fin de año: no perdimos la mística y todavía tenemos un dulce salvajismo lleno de ternura y terror. En cambio, ellos, los europeos, la lo perdieron, ya perdieron todo y si no me creen, si todavía dudan de mis palabras atolondradas; tomen asiento y abúrranse viendo jugar al mejor equipo del mundo, sin emoción ni fantasía, el Barsa.
Muchas felicidades a todos.
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