Nadie creería que para entrar a la COP 15 es necesario estar siete horas a temperaturas bajo cero; algo que la Ciudad de México no debe repetir en la COP16 es la desorganización de Copenhague.
COPENHAGUE, Dinamarca — Lo que nos ha reunido en Copenhague es la exigencia mundial de tomar medidas para que la temperatura no aumente dos grados en los próximos años. Sin embargo, este lunes, en la kilométrica fila que se soporta a temperaturas bajo cero para lograr ingresar a la llamada COP15 (Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático), que se lleva a cabo en la capital danesa, cientos -sino es que miles- de personas rogamos tiritando porque el termómetro aumente aunque sea medio punto, o mejor aún, porque los daneses superen la crisis de logística que nos llevó a padecer insufribles seis horas de pie para obtener pases de entrada.
El inicio de la segunda semana de trabajo dentro de la Conferencia Mundial de las Naciones Unidas para Cambio Climático sorprendió y, definitivamente, rebasó el orden y la organización danesas -hasta la semana pasada impolutas-, cuando desde las ocho de la mañana comenzamos a formarnos miembros de ONG's, prensa, delegados y hasta políticos y diplomáticos que en sus países de origen no pisan otra cosa que la alfombra roja.
De pronto las filas comenzaron a alargarse, engrosarse y a deformarse frente a los ojos de grupos de policías que más parecían estar tratando con una manifestación de globalifóbicos que con los convidados naturalmente por el encuentro internacional.
Pero la moral era alta. A pesar de la tenue luz gris, el termómetro bajo cero y un vientecillo helado y calador, la paciencia fue infinita durante las primeras tres o hasta cuatro horas de pie, inmóviles, ganando escasos centímetros en la fila.
Mirando, ora al vecino árabe, ora la representante de prensa checa. Escuchando en idiomas de todos lados expresiones cargadas de incredulidad y maldiciones donde lo único reconocible era las palabras Belle centre, el recinto donde se celebra la COP15. Por si fuera poco, frente a la muchedumbre helada, desfilaban libremente para ingresar al evento -algunos inconcientes de la situación otros incluso experimentando cierta vergüenza por su afortunada situación-los participantes que se habían registrado la semana pasada cuando el orden danés era lo menos que se esperaba de un país nórdico.
¿Cuántos claudicaron? ¿Cuántos soportaron hasta siete horas de frío insufrible y la amenaza del aguanieve para participar en el encuentro sobre del calentamiento global? La imagen de una periodista china capitalizó para mí la desafortunada mañana que debió costarle la chamba al menos algún funcionario no tan menor. Su cuerpo tiritaba por completo, tenía la mirada perdida y desenfocada hacia el suelo, era la imagen de una refugiada que vemos en un noticiario...¡y estaba a 40 centímetros de mí!
Sólo el ingenio mexicano podía librarnos de la situación. Un hábil reportero buscó entre sus documentos y encontró la credencial de la COP14 celebrada en Poznan, Polonia. El gafete guardaba una similitud casi perfecta con las actuales identificaciones. Cerca de cumplir las 6 horas de pie, tomó aire y se perfiló con seguridad para cortar con su salvoconducto el filtro cada vez más nutrido de policías que para esas alturas ya ofrecía respuestas que iban desde el I´m sorry, hasta el I don´t care.
Uno dentro. Esperanza de que regrese antes de que caiga la nieve y cuando ya de nada sirven los movimientos y los saltitos para desentumir extremidades. El frío también apaga rápidamente los movimientos rebeldes: "let us in... let us in...". Y ni que decir de los comentarios humorísticos que todavía hace un par de horas se escuchaban: "it could be worst... it could be rainning"... Nada. La esperanza se centra en nuestro aventurado colega nacional cuyos planes, trazados por él mismo, era conseguir otras acreditaciones prestadas para filtrarnos. Raza solidaria.
Una hora después, con los ojos llenos de esperanza, lo vemos salir. Ha conseguido dos acreditaciones entre los solidarios miembros de una ONG... mexicana. Como si de mercancía de mercado negro se tratara -me sentía viviendo la era del comunismo más represivo-nos deslizó discretamente las identificaciones y dio instrucciones precisas: "pasen separados, por la otra puerta, sigan derecho, caminen con confianza, lleguen al registro y retírense la identificación para tramitar la suya".
No sé porqué, pero lo indebido nos llena de seguridad. Hay que entrar y hay un plan. Con la certeza de que nuestro rostro cumplía la mínima similitud de la imagen retratada en el gafete -lo cual era una terrible falacia-nos lanzamos en tiempos distintos hacía el grupo policíaco. Quien va antes de mí, es detenido con una mano en el hombro. El momento es cinematográfico. El oficial escruta la identificación... y lo deja pasar. Espero unos momentos, el corazón se me acelera y me lanzó con mi nueva identidad.
Nunca olvidaré la sensación térmica que tuve cuando ingresé al segundo filtro de seguridad que ya se encontraba resguardado por la calefacción. Las articulaciones lo agradecen con una aguda sensación de dolor. La sangre comienza a correr de nuevo, pero le cuesta circular. Todavía faltaba enfrentar otros trámites burocráticos, comprobar por duplicado que mi registro de prensa se había hecho en tiempo y forma desde Internet, tomarme la foto, firmar, confrontar el mal humor de los rebasados burócratas daneses, para completar las 7 horas desde que había iniciado el trámite por el registro de prensa más largo que he vivido.
Por la noche, durante un encuentro con funcionarios mexicanos le pregunté a uno de ellos cómo habían logrado ingresar. Fue explícito en su metodología: "Por huevos... por puros huevos nos metimos", me dijo. Otro estilo, pensé. También muy mexicano.
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