Ayer, durante su intervención en el Foro Económico Mundial que se realiza en Davos, Suiza, el ex presidente Ernesto Zedillo afirmó que “el rescate del sistema bancario de México (…) supuso el 20 por ciento del producto interno bruto, que es mucho más –en términos proporcionales– del costo calculado para el paquete financiero de Estados Unidos”, y calificó de “erráticas e inconsistentes” las medidas de intervención gubernamental que se han seguido hasta ahora.
La declaración de Zedillo, más que una crítica hacia las acciones de salvamento que los gobiernos de todo el mundo están poniendo en práctica ante la presente crisis financiera mundial, parece una confesión de culpa con respecto a las faltas cometidas por su administración. En efecto, resulta difícil imaginar una intervención estatal más “errática e inconsistente” que la que él mismo protagonizó cuando era presidente, al alentar y ejecutar el llamado “rescate bancario”, el mayor atraco a las arcas públicas de que se tenga memoria, respaldado y legalizado en el último tramo del sexenio zedillista por los partidos Revolucionario Institucional y Acción Nacional, y que el pueblo de México sigue pagando hasta la fecha.
Es desafortunado e improcedente comparar esta operación de salvamento de los grandes empresarios y capitales financieros con el plan de reactivación económica que impulsa el presidente de Estados Unidos, Barack Obama. Baste recordar que el nuevo mandatario ha subrayado, en reiteradas ocasiones, la necesidad de rescatar a los deudores, no a los banqueros, y que con ese propósito el equipo económico del político afroestadunidense ha señalado que las instituciones financieras que “reciban asistencia excepcional estarán sujetas a condiciones estrictas pero sensatas, que limiten la retribución de ejecutivos hasta que sea pagado el dinero de los contribuyentes”, es decir, lo contrario de lo que hizo Zedillo.
Cabe preguntarse, por lo demás, con qué ánimos y expectativas se organiza, en la circunstancia presente, un foro como el que tiene lugar en Davos, en el que los principales ponentes son, precisamente, los promotores mundiales de las directrices económicas que causaron la actual crisis financiera y acendrados defensores –como Zedillo– de un modelo de capitalismo que ha demostrado su inviabilidad y su carácter voraz, salvaje y depredador.
En los círculos empresariales y académicos en los que se fraguó el pensamiento que condujo al actual desastre, el ex presidente mexicano podrá ostentar una imagen de “economista experto”, pero ello no borra su catastrófico paso por el poder: recién iniciado su sexenio, mostró una evidente impericia para lidiar con la crisis económica larvada durante el gobierno anterior, crisis que tuvo para México un costo incalculable en incremento de la miseria y la pobreza y que significó un profundo deterioro en el nivel de vida del grueso de la población. El zedillato tuvo efectos devastadores en materia de empleo, vivienda, salud y alimentación, canceló la esperanza de millones de personas y dejó al país hundido en un atraso del cual no se ha recuperado.
Para finalizar, es preocupante que, en un momento como el actual, cuando las autoridades tienen ante sí la responsabilidad de afrontar una crisis económica severa y previsiblemente prolongada, y deben emprender acciones de auxilio para los sectores populares, las clases medias, los asalariados, los campesinos y los pequeños empresarios, el gobierno federal busque acercamientos con ex funcionarios como Zedillo, que ejercieron el poder con arrogancia tecnocrática, determinación de servir al capital (especialmente, al trasnacional) y no al país, e insensibilidad hacia las necesidades de las mayorías. A fin de cuentas, de lo que se trata es de buscar vías para salir del problema, no ideas para profundizarlo.
La declaración de Zedillo, más que una crítica hacia las acciones de salvamento que los gobiernos de todo el mundo están poniendo en práctica ante la presente crisis financiera mundial, parece una confesión de culpa con respecto a las faltas cometidas por su administración. En efecto, resulta difícil imaginar una intervención estatal más “errática e inconsistente” que la que él mismo protagonizó cuando era presidente, al alentar y ejecutar el llamado “rescate bancario”, el mayor atraco a las arcas públicas de que se tenga memoria, respaldado y legalizado en el último tramo del sexenio zedillista por los partidos Revolucionario Institucional y Acción Nacional, y que el pueblo de México sigue pagando hasta la fecha.
Es desafortunado e improcedente comparar esta operación de salvamento de los grandes empresarios y capitales financieros con el plan de reactivación económica que impulsa el presidente de Estados Unidos, Barack Obama. Baste recordar que el nuevo mandatario ha subrayado, en reiteradas ocasiones, la necesidad de rescatar a los deudores, no a los banqueros, y que con ese propósito el equipo económico del político afroestadunidense ha señalado que las instituciones financieras que “reciban asistencia excepcional estarán sujetas a condiciones estrictas pero sensatas, que limiten la retribución de ejecutivos hasta que sea pagado el dinero de los contribuyentes”, es decir, lo contrario de lo que hizo Zedillo.
Cabe preguntarse, por lo demás, con qué ánimos y expectativas se organiza, en la circunstancia presente, un foro como el que tiene lugar en Davos, en el que los principales ponentes son, precisamente, los promotores mundiales de las directrices económicas que causaron la actual crisis financiera y acendrados defensores –como Zedillo– de un modelo de capitalismo que ha demostrado su inviabilidad y su carácter voraz, salvaje y depredador.
En los círculos empresariales y académicos en los que se fraguó el pensamiento que condujo al actual desastre, el ex presidente mexicano podrá ostentar una imagen de “economista experto”, pero ello no borra su catastrófico paso por el poder: recién iniciado su sexenio, mostró una evidente impericia para lidiar con la crisis económica larvada durante el gobierno anterior, crisis que tuvo para México un costo incalculable en incremento de la miseria y la pobreza y que significó un profundo deterioro en el nivel de vida del grueso de la población. El zedillato tuvo efectos devastadores en materia de empleo, vivienda, salud y alimentación, canceló la esperanza de millones de personas y dejó al país hundido en un atraso del cual no se ha recuperado.
Para finalizar, es preocupante que, en un momento como el actual, cuando las autoridades tienen ante sí la responsabilidad de afrontar una crisis económica severa y previsiblemente prolongada, y deben emprender acciones de auxilio para los sectores populares, las clases medias, los asalariados, los campesinos y los pequeños empresarios, el gobierno federal busque acercamientos con ex funcionarios como Zedillo, que ejercieron el poder con arrogancia tecnocrática, determinación de servir al capital (especialmente, al trasnacional) y no al país, e insensibilidad hacia las necesidades de las mayorías. A fin de cuentas, de lo que se trata es de buscar vías para salir del problema, no ideas para profundizarlo.
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