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viernes, 29 de mayo de 2009

Más que un club, una marca de equipo


Con siete titulares acunados en la fábrica de la Masía y tres en el banquillo, para el Barça hoy es siempre todavía. En Roma no sólo glorificó una de las mayores aventuras de la historia del fútbol, sino que lo hizo con estilo, porque el Barça, este Barça que despegó hace dos décadas, es ya una marca. Como lo son chicos como Xavi, Iniesta y Messi, por citar a los tres guardianes más reconocibles de este sello. Ése es el valor de este club, que ahora sí que es más que un club, es una patente. Y tras ellos llega la generación Muniesa, más carrete.



No es casual que haya cerrado la mejor temporada de sus 109 años de vida con un presidente en off, sin estridencias políticas a su alrededor y todo el protagonismo en el campo, con el mejor eslabón posible con su vivero, con un guía que destila tanto barcelonismo como pasión, alguien capaz de aceptar una beca en el barro de la Tercera. Pep Guardiola ha sido, es, la correa de transmisión que engancha al Barça con lo mejor de sí mismo, con sus raíces, con aquellas que un día sembró el propio técnico cuando un profeta holandés le hizo doctorarse al frente de un equipo de ensueño. Guardiola, parte troncal del cruyffismo, asumió el reto pese a tanto escéptico a su alrededor, aquellos incapaces de comprender aún que el fútbol le pertenece a gente como a este ex alumno de la Masía que jugaba como un entrenador y entrena como un jugador, que sabe, entonces y ahora, que el fútbol es de los futbolistas. Lo demás le resulta irrelevante.
Sobre la figura de Guardiola, un meritorio riesgo asumido por Joan Laporta en plena ventilación del ronaldiñismo, el equipo culminó anoche una vuelta olímpica que, gracias a la onda expansiva de su estilo, comenzó en realidad en Viena. En Roma había muchos rastros de aquella selección, tantos como en el aroma azulgrana que distinguió a aquella roja. Hoy hay un cruce de caminos entre el fútbol español y este Barça omnipresente en el podio. Por eso será para siempre un equipo inolvidable. Tiene las bases sentadas como para que dure la resaca. Eso es lo que supone ganar con estilo y mientras se perpetúe la marca hasta sabrá perder con estilo, pero nunca despojado de su etiqueta. Bajo este sideral triplete hay mucho calado, algo que trasciende al mero éxito deportivo. Esta vez el medio es tan impactante como el fin logrado, impensable hasta para un devoto de los grandes sueños como su mesiánico técnico, la gran bandera culé. Cuando el barcelonismo rebobine comprobará que de sus tres Copas de Europa han sido depositarios Johan Cruyff, Frank Rijkaard y Pep Guardiola, jugadores los tres de equipos de museo: el Ajax de los 70, el Milan de Sacchi y el Barcelona de ensueño del mágico 1992. Todos ellos equipos de autor, como la actual sinfónica azulgrana. La primera Copa que llegó a Canaletas llevó el apellido del dream team, la segunda quiso asociarse a Ronaldinho, último reducto de un club históricamente menos coral, más bien sometido al avispero de su megaestrella de turno. La de ayer es sólo del Barça, la marca predominante en el universo. Ferrari, los Lakers, el Barça... Un año angelical que comenzó con Busquets y concluyó con Pedrito. Si nadie tira la cerilla este club ya no estará sometido a vaivenes electorales, terremotos asamblearios o mociones de censura. Ni siquiera estará bajo el yugo de las leyes del mercado. Este Barça se ha hecho a sí mismo, sus torres estaban en La Masía, la cuna del fútbol actual.

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