Valiente y hermoso como el mejor de los príncipes del fútbol, el Barcelona alcanzó anoche la cima del mundo en el Olímpico de Roma al destronar al Manchester United. Hay equipos que presienten el momento en que están llamados a la gloria y los azulgrana sabían que no tendrían mejor oportunidad de alcanzar la triple corona que anoche ante el campeón, el mejor de los adversarios, el rival preciso para agrandar la victoria y una trayectoria sin mancha. El Barça ha ganado la Copa del Rey, la Liga y la Champions en la misma temporada, un éxito sin precedentes en la historia ya centenaria de un club muy pasional.
Tuvo el equipo azulgrana el punto de fiebre y de fútbol necesario para conquistar la Copa de Europa en una situación de máxima exigencia y también de adversidad por las lesiones de Márquez, Alves y Abidal y por la calidad del adversario, representante de la que pasa por ser la mejor Liga europea, repleto de figuras. Ni siquiera el Manchester pudo convencerle de que no tenía nada que decir en la final de Roma, el mejor de los escenarios posibles después de triunfar en Londres y París. Ni por viejo ni por diablo hay campeón que repita en la Champions, y menos ante el precioso Barcelona de Pep Guardiola
Guardiola vale un imperio. Y también Iniesta, y Messi, claro, y, por supuesto, Xavi, tres futbolistas que se habían jurado que no pararían hasta ser campeones de Europa en toda regla, como titulares, en calidad de máximos exponentes de un fútbol moderno, elegante, técnicamente perfecto, muy preciso por la velocidad de su juego. El desafío era monumental y, por tanto, el resultado es de ensueño. Ya tiene el Barça tantas Copas de Europa como el grandilocuente y arrogante Manchester.
Aunque cuenta con diferentes caras y varios registros, el Manchester ha sido siempre un equipo vestido para matar porque domina muy bien las áreas y tiene una excelente pegada. Ayer no quiso ceder la iniciativa, sino que se puso la zamarra de campeón desde el calentamiento y se fue a por el partido sin concesiones, sabedor de que disponía de más recursos en la cancha y en el banquillo que el Barça, diezmado por un rosario de bajas que le obligaron a presentar una zaga inédita con Sylvinho de lateral. Hasta cierto punto no fue una sorpresa que los diablos rojos, ayer de blanco, salieran como un tiro y se dieran prisa por resolver la final. Les obligaba el programa.
Al minuto, Cristiano Ronaldo ya había exigido a Valdés en un libre directo y la pelota no salía del campo azulgrana. Atrevidos y organizados, presionaba el equipo inglés en la medular y enfilaba por igual a los laterales y los centrales mientras contenía como podían los azulgrana. A Xavi e Iniesta les costaba entrar en juego y no había conexión con Messi. A la que se juntaron por vez primera, sin embargo, se hizo la luz y llegó el gol. Recuperó Xavi, combinaron Iniesta y Messi y Eto'o le puso el punto final con un remate al palo del portero después de quebrar a Vidic. El tanto fue una bendición para el Barça, consciente de que nadie le ha remontado un marcador al Manchester los últimos 18 meses, acostumbrado como está a jugar y ganar los partidos al límite.
Los azulgrana jugaron de forma tan inteligente como selectiva, de manera que el Manchester pareció un equipo tan intimidador en el ataque como sorprendentemente vulnerable en la defensa de su marco. Los volantes barcelonistas regulaban bien el ritmo de la contienda y cada vez que Messi enganchaba la pelota se le ponían los pelos de punta a Van der Sar. Al Manchester se le hizo el campo excesivamente largo y tuvo que iniciar el juego desde muy atrás. Los barcelonistas se asociaron con la frecuencia y facilidad que asegura disponer en la cancha de hasta siete futbolistas formados en la cantera. El faro de Iniesta y el regate de Messi les dieron grandeza en los momentos de mayor apuro, cuando el equipo era fuerte por dentro y falto de juego por fuera, más discontinuo que de costumbre y sin tanta posesión del balón.
Invicto en los últimos 25 partidos de la Copa de Europa, el Manchester nunca ha sido un equipo fácil de pelar y menos en una final, vencedor de las tres que llevaba disputadas. Ferguson cargó la máquina de atacar en el descanso: retiró a un medio (Anderson) y dio salida a un ariete tan salvaje como Tévez mientras Rooney pasaba a encarar a Sylvinho. Una vuelta de tuerca al partido que el Barça resolvió con transiciones rápidas a partir de la profundidad que ofrece Henry y de las aceleraciones de Iniesta. Los azulgrana contaron con dos ocasiones consecutivas en diez minutos: Henry remató al cuerpo del portero y el poste escupió un libre directo de Xavi al tiempo que Messi reclamaba un penalti.
Afortunado a la hora de poner en franquía el encuentro, al Barça le faltó suerte para resolverlo cuando mejor jugaba, muy tenso en el ataque y especialmente resultón en la defensa. Achuchaba el Manchester, tan fuerte de pies como de cabeza, durísimo psicológicamente, mientras el Barça resistía en su área y perseveraba en la de Van der Sar. Jugaban los dos finalistas como dos colosos, categóricos en su fútbol, respetuosos con su ideario. Los cambios resaltaron el potencial ofensivo del Manchester y la capacidad de resistencia de Barça.
Después de Tévez apareció Berbatov, de manera que Piqué tuvo que multiplicarse como cierre y Touré en el control del balón. Un momento muy delicado, el instante preciso para los jugadores que marcan las diferencias, el minuto en que se deciden las finales. Y ayer le tocaba a Messi por encima de Cristiano Ronaldo de la misma manera que el aspirante Barcelona le podía al campeón, Manchester. Puyol se arrancó con bravura para recuperar la pelota, la centró Xavi de manera estupenda, con una comba, suave y precisa, y la cruzó Messi de cabeza al palo contrario del portero. Un gol genial para un partido memorable, jugado con un estilo inconfundible. A Guardiola hasta le dio tiempo de cerrar el encuentro con Pedrito. Imposible mejorar el final en el año del trébol del Barça. Un equipo primaveral vuelve al trono del fútbol después de derrotar a un campeón que llevaba muchos años ganando el mismo partido.
A sus 109 años, el Barcelona alcanzó la cima del mundo en el Olimpo de Roma.
Guardiola vale un imperio. Y también Iniesta, y Messi, claro, y, por supuesto, Xavi, tres futbolistas que se habían jurado que no pararían hasta ser campeones de Europa en toda regla, como titulares, en calidad de máximos exponentes de un fútbol moderno, elegante, técnicamente perfecto, muy preciso por la velocidad de su juego. El desafío era monumental y, por tanto, el resultado es de ensueño. Ya tiene el Barça tantas Copas de Europa como el grandilocuente y arrogante Manchester.
Aunque cuenta con diferentes caras y varios registros, el Manchester ha sido siempre un equipo vestido para matar porque domina muy bien las áreas y tiene una excelente pegada. Ayer no quiso ceder la iniciativa, sino que se puso la zamarra de campeón desde el calentamiento y se fue a por el partido sin concesiones, sabedor de que disponía de más recursos en la cancha y en el banquillo que el Barça, diezmado por un rosario de bajas que le obligaron a presentar una zaga inédita con Sylvinho de lateral. Hasta cierto punto no fue una sorpresa que los diablos rojos, ayer de blanco, salieran como un tiro y se dieran prisa por resolver la final. Les obligaba el programa.
Al minuto, Cristiano Ronaldo ya había exigido a Valdés en un libre directo y la pelota no salía del campo azulgrana. Atrevidos y organizados, presionaba el equipo inglés en la medular y enfilaba por igual a los laterales y los centrales mientras contenía como podían los azulgrana. A Xavi e Iniesta les costaba entrar en juego y no había conexión con Messi. A la que se juntaron por vez primera, sin embargo, se hizo la luz y llegó el gol. Recuperó Xavi, combinaron Iniesta y Messi y Eto'o le puso el punto final con un remate al palo del portero después de quebrar a Vidic. El tanto fue una bendición para el Barça, consciente de que nadie le ha remontado un marcador al Manchester los últimos 18 meses, acostumbrado como está a jugar y ganar los partidos al límite.
Los azulgrana jugaron de forma tan inteligente como selectiva, de manera que el Manchester pareció un equipo tan intimidador en el ataque como sorprendentemente vulnerable en la defensa de su marco. Los volantes barcelonistas regulaban bien el ritmo de la contienda y cada vez que Messi enganchaba la pelota se le ponían los pelos de punta a Van der Sar. Al Manchester se le hizo el campo excesivamente largo y tuvo que iniciar el juego desde muy atrás. Los barcelonistas se asociaron con la frecuencia y facilidad que asegura disponer en la cancha de hasta siete futbolistas formados en la cantera. El faro de Iniesta y el regate de Messi les dieron grandeza en los momentos de mayor apuro, cuando el equipo era fuerte por dentro y falto de juego por fuera, más discontinuo que de costumbre y sin tanta posesión del balón.
Invicto en los últimos 25 partidos de la Copa de Europa, el Manchester nunca ha sido un equipo fácil de pelar y menos en una final, vencedor de las tres que llevaba disputadas. Ferguson cargó la máquina de atacar en el descanso: retiró a un medio (Anderson) y dio salida a un ariete tan salvaje como Tévez mientras Rooney pasaba a encarar a Sylvinho. Una vuelta de tuerca al partido que el Barça resolvió con transiciones rápidas a partir de la profundidad que ofrece Henry y de las aceleraciones de Iniesta. Los azulgrana contaron con dos ocasiones consecutivas en diez minutos: Henry remató al cuerpo del portero y el poste escupió un libre directo de Xavi al tiempo que Messi reclamaba un penalti.
Afortunado a la hora de poner en franquía el encuentro, al Barça le faltó suerte para resolverlo cuando mejor jugaba, muy tenso en el ataque y especialmente resultón en la defensa. Achuchaba el Manchester, tan fuerte de pies como de cabeza, durísimo psicológicamente, mientras el Barça resistía en su área y perseveraba en la de Van der Sar. Jugaban los dos finalistas como dos colosos, categóricos en su fútbol, respetuosos con su ideario. Los cambios resaltaron el potencial ofensivo del Manchester y la capacidad de resistencia de Barça.
Después de Tévez apareció Berbatov, de manera que Piqué tuvo que multiplicarse como cierre y Touré en el control del balón. Un momento muy delicado, el instante preciso para los jugadores que marcan las diferencias, el minuto en que se deciden las finales. Y ayer le tocaba a Messi por encima de Cristiano Ronaldo de la misma manera que el aspirante Barcelona le podía al campeón, Manchester. Puyol se arrancó con bravura para recuperar la pelota, la centró Xavi de manera estupenda, con una comba, suave y precisa, y la cruzó Messi de cabeza al palo contrario del portero. Un gol genial para un partido memorable, jugado con un estilo inconfundible. A Guardiola hasta le dio tiempo de cerrar el encuentro con Pedrito. Imposible mejorar el final en el año del trébol del Barça. Un equipo primaveral vuelve al trono del fútbol después de derrotar a un campeón que llevaba muchos años ganando el mismo partido.
A sus 109 años, el Barcelona alcanzó la cima del mundo en el Olimpo de Roma.