Los años que conmovieron al mundo
El mundo, en la primera década del siglo XXI, ha sido testigo de acontecimientos dramáticos. La agenda de seguridad internacional, súbitamente se orientó a la lucha contra el terrorismo tras los dramáticos sucesos del 11 de septiembre de 2001. Pero también otros flagelos pusieron en evidencia las consecuencias del cambio climático con fenómenos naturales más recurrentes y severos, como el huracán Katrina. Con presupuestos militares en ascenso, pareciera que la tan deseada relación entre el desarme y el desarrollo, seguirá siendo un anhelo, toda vez que los recursos necesarios para cumplir con los objetivos de desarrollo del milenio (ODM) escasean. Ha sido una década con dos grandes conflictos armados, uno en Afganistán, como parte de la lucha contra el terrorismo, y el otro en Irak, sin razones que justificaran la invasión de ese país, pero que al final produjo un cambio de régimen, generando vacíos de poder, tanto en ese Estado como en la región. A continuación, un breve recorrido sobre cada uno de los diez años que conmovieron al mundo.
Los objetivos de desarrollo del milenio
El año 2000 marca la culminación de un largo debate desarrollado en la década precedente tras el fin de la Guerra Fría, en aras de identificar las principales prioridades internacionales. Una vez que se desvaneció la confrontación Este-Oeste dominada por el militarismo, la brecha entre el Norte y el Sur se tornó más evidente. Así, la década de los 90 se caracterizó por un énfasis en los temas del desarrollo, como quedó de manifiesto en las diversas cumbres internacionales efectuadas al amparo de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) entre las que figuraron: la Cumbre Mundial de la Infancia (1990); la Cumbre de Río sobre Medio Ambiente y Desarrollo (1992); la Cumbre Internacional sobre Población y Desarrollo (1994); la Cumbre sobre Desarrollo Social (1995); la cuarta Cumbre Internacional sobre la Mujer (1995); y la Cumbre sobre Asentamientos Humanos (1996), por citar sólo algunas.
Por lo tanto la ONU, recogiendo las inquietudes externadas en esos foros, convocó a la Cumbre del Milenio, efectuada del 6 al 8 de septiembre del 2000, misma que reunió a representantes de 189 países, quienes acordaron suscribir la Declaración del milenio en la que quedaron asentados los objetivos de desarrollo del milenio, los cuales, se espera cumplir satisfactoriamente en el año 2015. Los ODM son ocho metas que plantean mitigar desafíos especialmente en países en desarrollo en materia de pobreza extrema y hambre; educación primaria; igualdad de género; moralidad infantil; VIH/SIDA, paludismo y otros enfermedades; sustentabilidad ambiental; y la concreción de una asociación mundial para el desarrollo con vistas a reunir los recursos materiales necesarios para hacer posible el cumplimiento de dichos objetivos.
El 2015 se acerca y los resultados esperados, salvo excepciones, están muy lejos de concretarse, en particular por la falta de voluntad política y el arribo, como se verá a continuación, de temas que se han tornado más importantes en la agenda global, amén de la recesión económica internacional, la que, invariablemente, desvía recursos originalmente pensados a favor del desarrollo, para sanar especialmente las finanzas de grandes corporaciones y bancos. Por supuesto que el optimismo debe prevalecer, pero si 10 de los 15 años pactados inicialmente, se han caracterizado por la pervivencia de la pobreza y la pésima distribución de la riqueza, se requerirá un enorme esfuerzo de la comunidad internacional a fin de lograr que el mundo sea un lugar menos conflictivo, a partir de una adecuada vinculación entre la seguridad y los principales problemas del (sub) desarrollo en el planeta.
2001, los atentados terroristas del WTC.
Para muchos, la presente década comenzó realmente el 11 de septiembre de 2001, cuando Estados Unidos, el país “vencedor” en la Guerra Fría, fue atacado en Nueva York, Washington D. C. y Pensilvania en Estados Unidos, la “única nación indispensable” como la definiera William Clinton en la década de los 90, era victimado en su propio territorio con recursos poco convencionales –aviones comerciales–, poniendo en evidencia su indefensión e incapacidad no sólo para garantizar la seguridad del mundo, sino la propia. Este hecho colocó a los debates de la década anterior en torno a los problemas del desarrollo, en un segundo plano de importancia, convirtiendo al terrorismo en la principal amenaza a la seguridad internacional. Para enfrentar el flagelo de la amenaza terrorista, se sacrificó el nivel de prioridad que habían logrado los temas de los años 90, en particular la pobreza y la pésima distribución de la riqueza, enfatizando, en cambio, la opción militar y el reforzamiento del Estado ante el desafío planteado por Al-Qaeda.
Por cuanto hace al presidente estadounidense George W. Bush, quien obtuvo la victoria frente al prestigiado demócrata Albert Gore en los impugnados comisiones presidenciales de noviembre del año 2000, se especula que los dramáticos acontecimientos de septiembre del 2001 contribuyeron a legitimar al primero al frente de la primera magistratura del país más poderoso del mundo, dado que los ataques terroristas de manera predecible apelaron a la unidad nacional, soslayando el tema de la legitimidad del régimen de Bush Jr., quien además obtuvo del Congreso de su país, “poderes especiales” y discrecionales para hacer frente a la amenaza en cuestión.
El financiamiento al desarrollo y el comes y te vas 2002, puede considerarse como un año de transición entre la caracterización del terrorismo como la agenda primigenia de seguridad internacional y la nostalgia por los debates de la década de los 90, en particular en lo concerniente a los ODM y los compromisos que se suscribieron en la Cumbre del Milenio del año 2000. La Cumbre de Naciones Unidas sobre Financiamiento para el Desarrollo celebrada en Monterrey en marzo de 2002, congregó a la comunidad internacional para debatir la manera en que se distribuirían los recursos materiales requeridos de parte de los países más avanzados a los menos desarrollados, en aras de cumplir con los ODM. Mauricio Escanero, diplomático mexicano, fue el encargado de realizar las gestiones que derivaron en el documento resultante de la reunión que se denominó Consenso de Monterrey. Éste comprende tanto los temas nacionales como los internacionales, incluyendo los relativos al comercio y al financiamiento de largo plazo al igual que el manejo de las crisis financieras, amén de contar con una declaración de principios y la mención a los mecanismos de seguimiento pertinentes. Empero, se criticó al Consenso de Monterrey en particular por el tratamiento de los temas nacionales y los mecanismos de seguimiento: en el primer caso porque algunos lo consideraban demasiado cercano a las visiones ortodoxas del desarrollo y el segundo porque carece de fechas y compromisos concretos. En retrospectiva y considerando la recesión internacional más reciente, pareciera que el Consenso de Monterrey es letra muerta, toda vez que en aquella oportunidad se fijaron metas –no vinculantes, claro está– para garantizar el flujo de recursos a favor del desarrollo, aun en el caso de que se produjera una crisis económica, lo cual no fue el caso.
Pero la Cumbre de Monterrey será recordada por el tristemente célebre episodio que se suscitó cuando la presencia del líder cubano Fidel Castro, presumiblemente causaría incomodidad al mandatario estadounidense George W. Bush, dado que ambos asistirían al evento. El nulo oficio político del entonces presidente mexicano Vicente Fox, quien en una llamada telefónica pidió a Castro que acelerara su salida de la cumbre –comes y te vas– para evitar un encuentro de éste con Bush, fue lamentable y opacó los trabajos desarrollados en la reunión. Por si fuera poco, el titular del ejecutivo estadounidense, a la hora de dirigirse a los asistentes, puso de manifiesto que lo más importante era luchar contra el terrorismo, colocando en un bajísimo nivel de prioridad el financiamiento al desarrollo y el cumplimiento de los ODM.
2003 y la guerra en Irak.
Cuando Estados Unidos decidió atacar Afganistán en octubre de 2001 a manera de represalia por los ataques terroristas del mes anterior –en el entendido de que se responsabilizó a Al-Qaeda, cuyas principales células recibían la protección de los talibanes en el país asiático– parecía sólo cuestión de tiempo antes de que la administración estadounidense iniciara una escalada bélica en Irak. Las razones esgrimidas no eran válidas: se acusó, en un primer momento al régimen de Saddam Hussein de haber conspirado junto con Al- Qaeda a fin de llevar a cabo los ataques terroristas del 11 de septiembre –falso, sobre todo porque ni Hussein confiaba en Osama Bin Laden, ni viceversa–. Más tarde se insistió en que Irak poseía armas de destrucción en masa que ponían en peligro la seguridad de la región –en particular la de Israel– y la del mundo cosa tampoco cierta, porque a lo largo de la década de los 90, con motivo de las sanciones decretadas por el Consejo de Seguridad contra Irak a propósito de la Primera Guerra del Golfo, Bagdad fue motivo de inspecciones continuas que derivaron en el desmantelamiento de sus capacidades ofensivas nucleares, químicas y biológicas, amén de que las citadas sanciones, hicieron muy difícil que el régimen de Hussein pudiera allegarse los recursos tecnológicos necesarios para desarrollar armas prohibidas. Al final se argumentó que era necesario llevar la democracia a Irak, con el argumento de que Hussein era un dictador que había violado sistemáticamente los derechos humanos de los kurdos y de sus adversarios políticos.
Fueron momentos de tensión en la escena internacional y México se encontraba en primera fila, al ser miembro no permanente del Consejo de Seguridad en ese momento, recibiendo todo tipo de presiones de parte de la administración de Bush Jr. para aprobar una eventual resolución en el órgano máximo de la ONU, que posibilitara el inicio de las hostilidades contra Irak. Cuando Estados Unidos se convenció de que no lograría el apoyo del Consejo de Seguridad, decidió dar un ultimátum al gobierno de Hussein, y el 20 de marzo de 2003 inició la invasión del país árabe que terminó por deponer al régimen en turno, sumiendo al país en una caótica situación de la que hasta ahora no se recupera.
2004: los históricos tsunamis.
Aunque el terrorismo seguía teniendo preeminencia en la agenda internacional, la naturaleza dejaba entrever que las mayores amenazas a la seguridad del mundo no sólo se generan por obra de Al-Qaeda. El 26 de diciembre de 2004, la comunidad de naciones se estremeció ante el gran terremoto del Océano Índico que tuvo una magnitud de 9 grados en la escala de Richter –hay quienes argumentan que su magnitud osciló, en realidad, entre 9.1 y 9.3 grados– y que provocó una serie de tsunamis que se extendieron desde Sumatra hasta las costas orientales del continente africano. Los tsunamis devastaron enormes regiones de Indonesia, Sri Lanka, Tailandia, India y las Islas Maldivas. Los maremotos provocaron olas de hasta 30 metros de altura, lo que derivó en unos 300 mil muertos, miles de desaparecidos y más de un millón de damnificados. Cabe destacar que ante la magnitud del desastre generado, el gobierno de Jakarta renunció a dar estimaciones sobre las víctimas fatales de este meteoro.
Y en 2005, el huracán Katrina.
Siguiendo con los fenómenos naturales, el huracán Katrina, que tocó territorio estadounidense en agosto de 2005, tuvo un impacto tal, que obligó a las autoridades del vecino país del norte a replantear la premisa de que el terrorismo era la única amenaza posible a su seguridad. Los costos materiales de Katrina ascendieron a 75 mil millones de dólares. El número de víctimas fatales se estimó oficialmente en mil 836 (confirmados) más 705 desaparecidos.
Katrina produjo grandes destrozos en las islas Bahamas –donde se originó– Mississippi, Florida y, especialmente en el estado de Luisiana. Como se recordará, tras el 11 de septiembre de 2001 se dieron los pasos necesarios en Estados Unidos para crear el Departamento de Seguridad de la Patria (Homeland Security), el cual vio la luz el 25 de noviembre de 2002, con la encomienda de ser la entidad responsable de proteger al territorio estadunidense de ataques terroristas. Sin embargo, todo parece indicar que Katrina tomó por sorpresa a las autoridades, las que esperaban seguramente otra incursión terrorista y no un fenómeno natural como el huracán de referencia. Con todo, existen evidencias de una reacción deliberadamente tardía, tanto del titular de Homeland Security, Chertoff, como de la Agencia Federal para la Administración de Emergencias (FEMA), de la gobernadora Kathleen Blanco, e inclusive del propio Presidente George W. Bush y del Vicepresidente Richard Cheney. De ahí que a se acuñara el concepto de Katrinagate. La buena noticia es que, una vez que ocurrió Katrina, Homeland Security incluyó entre sus objetivos, proteger a Estados Unidos de los huracanes.
Ban Ki-moon, Secretario General de la ONU.
El 31 de diciembre de 2006 llegaría a su fin el mandato del ghanés Kofi Annan como Secretario General de Naciones Unidas, y fue necesario entonces, elegir a su sucesor. El proceso en sí demanda, en primer lugar, el visto bueno de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad y una vez que esto se concreta, el personaje en cuestión pasa a ser ratificado por la Asamblea General.
Era el turno de Asia, dado que la última vez que un asiático estuvo al frente de la Secretaría General, fue en el período 1961-1971 (U Thant, de Birmania), y dado que existe un principio de representación geográfica, entonces los asiáticos debían “producir” al siguiente titular del secretariado de la ONU. Como de costumbre, se presentaron diversas candidaturas, predominando el sexo masculino —hay quien considera que ya es tiempo de que una mujer sea investida con tan importante responsabilidad–. Al final, fue el Ministro de Asuntos Exteriores de Corea del Sur, Ban Ki-moon, el elegido.
Su designación no estuvo exenta de controversia: aun cuando posee experiencia diplomática y estuvo a cargo de las negociaciones en torno a la posible unificación de las Coreas, la percepción que proyecta (Ban) es la de una persona gris, sin oficio político. Por si fuera poco, sus capacidades lingu%u0308ísticas fueron duramente criticadas por Francia, dado que Ban no tiene un correcto dominio de ese idioma.
Ban Ki-moon asumió el cargo el 1 de enero de 2007, y su gestión no ha sido la mejor, sobre todo si se le compara con su antecesor Annan. Sobre él pesan acusaciones de tráfico de influencias –al designar a surcoreanos a diversos puestos clave en Naciones Unidas–, su falta de carácter para lidiar con los conflictos más apremiantes que encara la humanidad, y el hecho de que parece más interesado en viajar para recibir reconocimientos que en coadyuvar a un mundo donde prevalezcan la paz y el desarrollo.
2007: ¿el año de Rusia?
Cuando Boris Yeltsin anunció a finales de 1999 que renunciaba a la presidencia de Rusia, dejando en su lugar a Vladímir Putin, muy pocos se sorprendieron. Al dejar Yeltsin el poder, sus índices de popularidad y aprobación eran de apenas el 2%, debido a la crítica situación económica que enfrentaba el país, amén de su pérdida de influencia en el mundo. Putin llegó para recomponer el camino y a lo largo de la presente década, colocó a Rusia nuevamente en el mapa global, mejorando sensiblemente la situación económica –en parte, debido al incremento en los precios internacionales de los hidrocarburos–, realizando alianzas estratégicas con naciones influyentes (incluyendo a la República Popular China, Japón, Alemania, Francia, etcétera), y desafiando a Occidente en torno a temas como la ampliación –hacia Europa Oriental y la ex Unión Soviética– de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), más la reconsideración de diversos tratados en materia de desarme, y, por supuesto, sus presiones en torno a la reducción del suministro de gas a Ucrania, con dramáticas afectaciones en Europa Occidental. Asimismo, Rusia ha recuperado espacios en la carrera armamentista global, y es uno de los grandes proveedores de pertrechos militares en el mundo.
En 2007, el producto interno bruto (PIB) de Rusia, superó al que poseía la República Socialista Soviética de Rusia en 1990, con lo cual parecía haber superado la debacle post-soviética y la crisis financiera de 1998 de manera definitiva. Mientras Putin se mantuvo al frente del gobierno, el PIB no paró de crecer, llegando a una cifra récord en 2007, del 8.1%. El 23 de abril de ese año, Boris Yeltsin falleció. Unos meses más tarde, Vladímir Putin fue designado como “el hombre del año” por la revista Time, pese a la avalancha de críticas, en particular desde Occidente, sobre su presunto autoritarismo, corrupción e imperialismo en los países vecinos.
2008, Barack Obama presidente electo de EU.
Las elecciones presidenciales de 2008 en Estados Unidos, según Barack Obama, fueron históricas, y tiene razón. Ayudado en buena medida por el desprestigio de la administración de George W. Bush, Obama realizó en 2008 una campaña política en la que venció a Hillary Clinton para ganar la nominación del Partido Demócrata. Su jovialidad y el empleo de las tecnologías de la información para atraer el voto de las nuevas generaciones, fueron mecanismos contra los que su rival republicano, John McCain, poco pudo hacer.
Al final, Obama obtuvo el 53% del voto popular y 365 votos del Colegio Electoral. De hecho, es el candidato presidencial que se ha embolsado más votos en toda la historia de Estados Unidos: 69 millones. Se convirtió así en el primer presidente afro-estadounidense de la Unión Americana, cuya victoria no sólo fue celebrada en el vecino país del norte, sino en diversas naciones del orbe, incluyendo Kenia, donde nació su padre.
Con un encomiable manejo de su imagen y un manejo muy inteligente de relaciones públicas, Obama se instaló como huésped de la Casa Blanca en enero de 2009, promoviendo diversas iniciativas para reactivar la economía, mejorar el sistema de salud, proteger a los consumidores, y fomentar la responsabilidad corporativa. A nivel internacional, ha ratificado la importancia del terrorismo como la principal amenaza a la seguridad de EU y el mundo, y ha reforzado la presencia militar de su país en Afganistán, al mismo tiempo que ha reducido el número de tropas en Irak. En 2009 recibió, en una controvertida decisión del Comité de Oslo, el Premio Nobel de la Paz, ya que, para el momento en que fue nominado (enero) tenía unos cuantos días en la presidencia.
2009, la primera pandemia del siglo XXI.
A principios de marzo de 2009, una gripe que derivó en muchos casos en problemas respiratorios severos afectó al 60% de los residentes de La Gloria, Veracruz, localizada cerca de una granja de cerdos que cría anualmente alrededor de un millón de porcinos. El propietario de la granja de cerdos explicó que no se habían encontrado signos clínicos o síntomas de presencia de la gripe porcina en los animales (que son propiedad de la compañía) ni en sus empleados, y que la empresa administra rutinariamente la vacuna contra el virus de la influenza porcina a los cerdos, además de la realización de análisis mensuales para detectar la presencia de la gripe porcina. Mientras tanto, ante la propagación de la gripe en una temporada “atípica” (es decir, en una estación distinta del invierno), las autoridades sanitarias nacionales explicaron que este hecho, aunque poco común, ocurre.
Sin embargo, el 21 de abril el Centro de Prevención y Control de Enfermedades (CDC) de Estados Unidos dio a conocer la noticia de que, luego de los estudios realizados, se trataba de un nuevo tipo de gripe para la que no existía una cura. La cepa de esta nueva enfermedad fue identificada como A H1N1. Para el 11 de junio, la Organización Mundial de la Salud (OMS) elevó el nivel de alerta pandémica al nivel seis, lo cual significaba que se había propagado a diversos continentes. Luego de 14 meses, la OMS decretó el fin de la pandemia (14 de agosto de 2010), la cual provocó en todo el mundo, 19 mil decesos, siendo el continente americano y, en particular México, el país que más víctimas padeció. La influenza A H1N1 fue la primera pandemia del siglo XXI, llevando a que se revalorara la importancia de las enfermedades como riesgos a la supervivencia de las sociedades y, en muchos casos, amenazas a su seguridad.
Epílogo: 2010.
El 12 de enero, un terremoto de 7 grados en la escala Richter, con epicentro a unos 15 kilómetros de Puerto Príncipe, devastó una buena parte del territorio de Haití. La comunidad internacional, conmovida por la desastrosa situación en el país más pobre del hemisferio, hubo de lidiar el 27 de febrero con otro meteoro: un terremoto de 8.8 grados en la escala Richter, con epicentro a unos 300 kilómetros de la región del Maule, Chile. Y siguiendo con los movimientos telúricos, el 7 de abril, en Baja California, a 18 kilómetros al sureste de Mexicali, se produjo un terremoto de magnitud muy parecida al de Haití (7.2 grados en la escala Richter), que si bien no produjo tantas pérdidas humanas, sí dejó a su paso cuantiosos daños materiales.
A propósito de estos fenómenos naturales, 2010 parece ser el año destinado a tomar una mayor conciencia en torno a hechos como los descritos, y también al cambio climático, que si bien no parece estar relacionado con la sismicidad del planeta, si influye de otras maneras en las sociedades, sea por el derretimiento de los polos, o por los cambios de temperatura en las aguas del mar. Este año, además de presenciar devastadores sismos, ha sido testigo de inundaciones dentro y fuera de México; incendios atípicos que cubrieron a Moscú con una neblina irrespirable; etcétera.
Con este telón de fondo, del 29 de noviembre al 10 de diciembre, México será sede (Cancún) de la XVI Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático (COP16), que se propone generar un acuerdo jurídicamente vinculante en la materia, que tenga aplicación a partir de 2012, cuando llegará a su fin el protocolo de Kioto. Hay poco optimismo sobre el desenlace que pueda tener esta reunión, debido a los desacuerdos imperantes tanto en torno a la mitigación como la adaptación de cara a la reducción de las emisiones contaminantes. Y es que tras una década plagada de tantas malas noticias, no parece lógico que la COP16 sea la excepción. Con todo, la humanidad ha sobrevivido a los primeros 10 años del siglo XXI y si logra aprender de todas las experiencias referidas, es posible que el segundo decenio sea más afortunado, o al menos, eso es lo que se desea.
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